abril 26, 2025

La otra economía: cuando el trabajo se reinventa desde abajo

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Ricardo Balderas

En una feria de barrio, un grupo de mujeres organiza turnos para vender sus productos caseros: pan, dulces, verduras de su huerta. No tienen local, ni facturan con IVA, pero logran sostener a sus familias con lo que producen. A pocas cuadras, una cooperativa de recicladores se autogestiona sin jefes ni horarios rígidos, compartiendo las ganancias del día entre todos. Ninguno de estos casos suele aparecer en los informes del PIB, pero son parte de una economía real, viva y muchas veces invisibilizada: la economía popular.

En el libro La otra economía: El trabajo y la producción desde los sectores populares, el economista argentino Claudio Lozano y otros autores se sumergen en estas experiencias para mostrar que no se trata solo de “trabajo informal”, como a menudo se rotula desde los despachos técnicos. Lo que hay aquí es otra racionalidad económica: una que no busca acumular capital, sino garantizar la vida.

Más allá del rebusque

Durante décadas, la economía popular fue entendida como una forma de subsistencia, un parche frente a la falta de empleo “en blanco”. Pero el libro plantea algo mucho más profundo: los sectores populares no esperan ser integrados al sistema formal; en cambio, crean su propio sistema, con redes, reglas y modos de organización que priorizan la solidaridad, la cooperación y la autonomía.

“Reducir estas experiencias a informalidad es desconocer su riqueza”, señala Lozano. “En muchos casos, hablamos de verdaderas unidades productivas, con capacidad de generar ingresos y empleo sin depender del capital privado ni del Estado.”

Esa “otra economía” no tiene patrón, pero sí tiene comunidad. No hay jerarquías verticales, pero sí hay organización democrática. Desde las ferias barriales hasta las empresas recuperadas por sus trabajadores, los ejemplos se multiplican en América Latina como formas de resistencia —y creación— frente a la exclusión.

El trabajo como herramienta de transformación

A diferencia del trabajo asalariado tradicional, donde se intercambia tiempo por un salario, en la economía popular el trabajo se vuelve una herramienta colectiva de transformación. Los ingresos pueden ser variables, pero también lo es la autonomía. Las decisiones se toman en asamblea, los excedentes se reparten entre todos y las metas no responden a accionistas, sino a necesidades concretas del barrio o la comunidad.

Por supuesto, no todo es ideal. Estas experiencias enfrentan enormes desafíos: falta de financiamiento, competencia desleal, poca cobertura legal. Pero también muestran que es posible producir y trabajar de otra manera.

¿Y el Estado?

Uno de los puntos más críticos del libro es el rol del Estado. ¿Debe reconocer y apoyar a estas iniciativas, o solo regularlas? Lozano propone un Estado que actúe como aliado, no como ente asistencial que impone lógicas ajenas. “No se trata de formalizar a la fuerza”, advierte, “sino de construir políticas que respeten y fortalezcan lo que ya existe”.

Esto implica repensar cómo se mide el trabajo, cómo se diseñan las ayudas y cómo se valora un modelo económico que no se guía por la rentabilidad, sino por el bienestar colectivo.

Otro mundo ya existe

En tiempos de inflación, desempleo y precarización, estas formas de trabajo popular no son solo estrategias de supervivencia. Son alternativas reales que cuestionan el modelo dominante y abren camino a otra forma de entender la economía: una centrada en la vida, no en el capital.

“La otra economía no es marginal, es esencial”, concluye Lozano. Y cada historia que late en los barrios, en las cooperativas, en las ferias y comedores comunitarios, lo confirma. Otro mundo no solo es posible: en muchos lugares, ya está en marcha.

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