Heridas del corazón: de México a Colombia una historia de lucha
Ricardo Balderas
Aterricé en Colombia mientras aún llovía. Era de madrugada y las montañas que abrazan la ciudad continuaban húmedas por un aguacero ligero pero constante. Me esperan en una camioneta color negro y están por dejarme en departamento donde pasaré los siguientes días. Con sus 7.1 millones de habitantes, Bogotá, me resulta una ciudad muy similar a donde nací, en dimensiones y problemas. Los periodos de traslado, el sonido de los motores y la violencia, no dan tregua al peatón. Los afectos pasajeros están alquilados en las orillas más inhóspitas de la ciudad y la esperanza de vida, más que un resultado metodológico de la estadística, es un deseo que se reza desde las alcobas andinas.
Estoy por muy pocos días. Por lo que el itinerario es inamovible. Busco militantes del partido del actual presidente, Gustavo Francisco Petro Urrego. Simpatizantes de un proyecto que, por el momento, tiene la vista de miles de personas de todo el mundo, sobre Colombia. Es decir, busco afiliados del partido Colombia Humana, una organización urbana y barrial que nace de una negación. Luego de que la militancia donde Gustavo Petro transitó por años, el Partido Democrático Alternativo (PDA), le negó el acceso a la banda presidencial. Dicho lo cual, obliga a varios integrantes del PDA a crear su propio movimiento con Gustavo Petro a la cabeza.
Coincidir con la izquierda latinoamericana es complejo. Principalmente porque no es homogénea y muchos de sus integrantes se consideran opositores entre sí. Ya que difiere de aquella izquierda social y no partidista, aquella que frecuenta librerías, campos, ciudades y foros, siempre desde la comodidad de ser oposición.
En cambio, un movimiento urbano y popular como el que acompaña al presidente, Gustavo Petro, tiene como desafío principal la congruencia que en repetidas ocasiones es enemiga del pragmatismo que rige las decisiones políticas. Tiene como enemigo también, en el caso de hacer honor a su militancia, al poder económico (local y global). Y la responsabilidad de construir escuelas de capacitación política donde las nuevas generaciones puedan germinar sus propias causas.
El reto es enorme. Incluso en barrios populares, como La Picota o Ciudad Bolivar, es posible apreciar ruinas de afiliados al partido opositor, en sus calles con nombres de presidentes extranjeros o propios, se aprecian telares con rostros del pasado. Uribistas que acusan al presidente de guerrillero en un intento de generar descrédito al proceso de paz. Pero esta no es la historia que busco. Esa ya la conoce cualquiera porque la compartimos en todo Latino América. Los evangelizadores de la democracia tienen sus discursos muy desgastados en estos días.
Lo que yo busco habita en las entrañas del terror pero es, al mismo tiempo, ruta y fruto de la esperanza. Un destino hacía lo posible con cielos despejados y más tranquilos que los que me vieron llegar a Colombia.
Así llego a Bogotá, en búsqueda del pretérito pluscuanperfecto, el hubiera “que sí existe”, como dice el académico Samuel Rosado-Zaidi y reafirma Sarte. Buscando la fórmula colombiana para la pacificación de una nación tomada por el paramilitarismo que marcó las eras de Uribe y Duque.
Dos periodistas monotemáticos
Para recorrer la ciudad hay que tener paciencia, un guía y buena suerte. Yo tuve las tres. Mi primer visita fue a la Universidad de los Andes, donde me quedé de ver con un colega con el que frecuentemente discuto sobre los paralelismos entre la ejecución de la violencia entre México y Colombia. El principal interés del colega es mi postura sobre la relación que tienen los grandes capitales con la proliferación de grupos criminales. Quizás porque esto puede explicar un poco de nuestras propias vidas o sólo por el morbo de escuchar una postura tan polémica. En cualquiera de los casos, su ayuda en la ciudad fue invaluable.
Con él conocí la Cinemateca, las cervezas locales y un poco de los lugares donde se reúnen los intelectuales. La Cinemateca es un proyecto deliciosamente desarrollado a pocos pasos del Parque de los periodistas Gabriel García Márquez. Ahí se proyectan películas de todo tipo, aunque es primordialmente utilizada para difundir trabajos de investigación periodística y cultural. La mala costumbre a los lugares comunes nos terminó por consumir el tiempo y terminamos la conversación planeando más visitas a la ciudad.
Aquella charla se fue llenando de historias, la mayoría de ellas sobre el rumbo del periodismo barrial, las guerrillas y los narcos. Pero nada más. Nada en nuestras palabras podía explicar cómo una nación tomada por conservadores había avalado la candidatura de Gustavo Petro.
Hasta el momento del regreso, no había logrado llegar a definir los “cómo” de la historia. Es decir, el proceso mediático me resulto insuficiente para explicar cómo aquel país abrazado por montañas pasa por sumarse a lo que algunos sociólogos denominan como “nueva ola de izquierda”. Ni el periodismo, ni el activismo que conocí, se detuvieron a tratar de explicar la llegada de Petro.
“La mayoría de medios odian al presidente, es decir, no comparten sus posturas”, explica mi compañero a pocos minutos de despedirnos. Esta es una realidad muy fácil de verificar. También me cuenta sobre los procesos de incautación de activos (carros, joyas, dinero, etc.) a grupos de la delincuencia organizada y como, el gobierno de Petro, ha derivado estos recursos a comunidades campesinas para que estas puedan construir sus propios proyectos cooperativos y así mitigar la pobreza en el campo. “El problema es que nadie, salvo los medios públicos, cubren esas noticias”, explica mi colega.
“Vamos a vivir sabroso”
El lema de campaña del movimiento encabezado por Gustavo Petro, tenía esa frase: “Vamos a vivir sabroso”. Ahora, según platica Manuel quien trabaja en todas las plataformas de taxis para poder ofrecer mejores condiciones de vida a su familia, es utilizada como insulto principalmente por los uribistas que reclaman el alza del precio de las gasolinas.
Para Manuel resulta complicado hablar de política con cualquier persona, pero cuando nos escuchó hablar sobre los procesos de paz en su país, dice, se sintió en confianza. “Es que aquí es difícil. Quien no tiene un fusil, tiene un brazalete de las autodefensas de Colombia. Se suben aquí y hablan mal del presidente. Yo prefiero no hablar y si me preguntan responder que sólo llevo dinero del trabajo a mi cada, que como soy un taxista no sé de esos temas”.
-Decía que “vamos a vivir sabroso”, sabroso, muy rico, muy chévere. Era la idea. Y entonces, ahora lo que es realmente que cualquiera, que sea de ultraderecha, o que siga al expresidente Uribe, te dice que uno está viviendo muy sabroso…
La respuesta que da Manuel, es un reflejo de lo complicado que es hablar sobre posturas políticas. Y los riesgos que implica tomar postura en un país donde la violencia y el odio están normalizados. “Además tienen la osadía de decidir por uno, te dicen por quién tienes que votar”, comenta evidentemente molesto.
Pero Manuel está lejos de ser un simple conductor. Es también obrero, taxista, padre de familia y simpatizante de Colombia Humana. Curiosamente la persona que por suerte me llevará a mi próximo destino.
Tras una falla en el sistema del servicio de taxis privados, se ofreció a llevarme al destino a pesar de no tener idea a dónde íbamos. Habla despacio y tiene afiches de fútbol por todo su coche. Está convencido de que el sistema de movilidad tiene que transitar de los hidrocarburos para mitigar la contaminación ambiental de la región. Se siente orgullo de tener uno de los primeros autos eléctricos que llegaron a Colombia, un modelo moderno y espacioso que da lugar a, quizás, la conversación más enriquecedora que tuve en el viaje.
“A mi amigo le arrebataron todo en las guerrillas, la casa, la familia y muchos amigos suyos fueron asesinados en ese contexto. Entonces lo que el tiene es un herida del corazón y por eso no puedo hablar de política con él”, esa es la explicación que Manuel, un conductor de taxi, ofrece para tratar de entender la dificultad de diálogo que aparece entre quienes apoyan a la derecha Colombiana.
La frase inmediatamente llama mi atención. Y es que desde que llegué no había logrado escuchar a alguien tratando de entender las fronteras del lenguaje cuando hablamos de política. Para Manuel es muy sencillo, y resulta, la misma explicación que usa para entender la llegada de Gustavo Petro a la presidencia. “Hay mucha gente con heridas del corazón. Que perdieron a sus familiares en la guerrilla y el dolor no les permite hablar (…) también del otro lado, quienes tuvieron que tomar las armas para defender sus tierras están imposibilitados”. Así resume sus problemas de comunicación. Una herida en el corazón que divide a los colombianos, entre quienes pierden a un ser querido en manos del paramilitarismo y quienes intentan no perderlo todo tomando los fusiles como refugio de una última dignidad. No se puede dialogar con las heridas, sólo duelen.
En ese mar de incertidumbre está Manuel, quien apoyado de las barras de fútbol logró enfrentar a lo insólito, a lo terrible. Manuel resultó amigo del fotógrafo encargado de la imagen de Francia Márquez, una de las mujeres más relevantes para hablar de recuperación de los espacios públicos. Francia, acompañada de lo que denominaron “barras barriales” intentan construir un esquema de sanidad para todas las personas. Principalmente, a las comunidades afrocolombianas que tanto el Estado y como las guerrillas, les arrebataron la paz.
“Yo tengo una historia. Mientras los camiones de la afición recorrían de Cali a Bogotá, los grupos paramilitares ejecutaron a un par de pasajeros y después los dejaron ir. Qué pueden pesar esas personas de los grupos de guerrilleros, lo perdieron todo (…) ahora, gracias a Francia, las barras conectan al sistema de salud para todo el país”.
Francia Marquez es una activista medioambiental, la persona encargada de asesorar a Petro en temas de transición energética. Una persona que inspira a sus compañeros un respeto solemne. Las personas que acompañan a Manuel en los chats de aficionados deportivos, todos, hablan sobre el proyecto que Márquez implementó para disminuir los casos de violencia en contra de las barras.
También las escuelas se encuentran en riesgo por los uribistas. “La universidad pública, pues tratan siempre de atacarla con el tema que están infiltrados por la guerrilla. Porque son revolucionarios, entonces lo que hay en todas las universidades públicas del mundo del mundo es que aprenden verdaderamente y se dan cuenta de que no todo es como los uribistas lo pintan”, agrega Manuel a quien espero volver a ver para escuchar sus conclusiones sobre las heridas del corazón.