Ser una persona LGBTTTIQ+ ¿de izquierda o de derecha?
Resulta indispensable, para lectores mal pensados, diferenciar entonces entre posición política y militancia o partidismo. Y bajo esa pausa, hablar sobre el avance de los derechos de diversidad sexual. En algunos países de América Latina los movimientos LGBTTTIQ+ han convocado a las izquierdas, a los socialdemócratas, republicanos y a los sectores liberales, los cuales han sido vehículos para las demandas de nuestra población.
Ricardo Balderas
Es bien sabido, que la acción, pertenece al universo de las pasiones. Y la acción política no es la excepción. Ya sea, recitando un poema frente a revolucionarios que buscan liberar al pueblo chileno de la dictadura militar; refugiados en Nueva York bajo la consigna de “estoy cansado” (I’m beat); o en la década del setenta, en Argentina durante el clima de radicalización política de la denominada “nueva izquierda”. Las personas sexodivergentes, en todo el continente, hemos luchado por un lugar en la vida pública. Esto incluye, por supuesto, la actividad política.
De tal modo, que resulta no poco frecuente encontrarnos con anécdotas de las luchas que ejerce el colectivo LGBTTTIQ+ por ocupar un espacio en la vida pública, política, la academia, en medios de comunicación e incluso (por paradójico que suene) la realidad militar.
Y es que, hace décadas que “salir del armario”, dejo de sólo de significar el ejercer nuestra identidad de manera pública. También se busca que la política pública se construya a partir de nuestras diferencias, de nuestras realidades (no sólo las homosexuales, por supuesto). Y nada resulta tan apasionante como nuestra propia existencia. De ahí, que la lucha y acción por nuestros derechos se convierta también en una ruta para exigir que la realidad nos contemple.
Ya no basta con existir, con caminar por Insurgentes o Reforma, una vez al año, tomados de la mano o aparecer eventualmente en los medios masivos de comunicación parodiados por la miseria que la heterosexualidad nos sentenció por destino.
Necesitamos coexistir, necesitamos ocupar un lugar en esto que las personas hetero-cis han creado y, que le llaman sociedad, sociedad democrática en el caso mexicano. O por lo menos eso pretende, porque en sentido estricto, no puede existir un “gobierno del pueblo”, si una parte de él habita el exilio, ese exilio consecuencia de causas moralinas, que sólo tienen explicación en el terreno del pensamiento mágico-religioso. Un Estado donde el hogar no es trinchera sino campo de minas, no es Estado.
Por estos motivos, ningún partido, y ninguno de sus representantes, dirán abiertamente que nos consideran polizontes de su democracia heterosexual. Porque, muy a su pesar, nos ganamos el derecho a elegir, junto al resto de la sociedad, quiénes ocupen cargos que definirán las rutas del país. Y una vez electos, durante sus mandatos, tendrán que tomar decisiones que en muchos de los casos, afectan al mismo pueblo que los puso en el poder. Nosotros como la plaga antidemocrática del pueblo fértil, seremos (junto a otros millares de minorías) sus objetivos predilectos. Es decir, nos necesitan tanto como nosotros a ellos. Por un lado porque sin nosotrxs no hay Estado, y por el otro, por que sin Estado nada nos garantiza la oportunidad de seguir luchando.
De tal modo que si en su Estado heterosexual, serán proclives a resolver (eso sí, con dinero del pueblo) los problemas derivados de la industria capital, sanearán ríos contaminados por ensambladores automotrices o invertirán en hospitales contra la diabetes o cáncer pulmonar, antes de solicitar a don dinero que se haga cargo de sus lastres o de construir hospitales para atender y controlar la crisis sanitaria por VIH, nosotrxs deberemos seguir luchando.
Aun bajo esta realidad, el Estado heterosexual, peleará con garras y dientes las migajas democráticas que nos ofrecen, como la acción afirmativa, las uniones civiles o la cuota laboral trans. Y cuando por fin ocupemos una curul, nos dirán que no la merecemos. Pero esos corazones famélicos de justicia no serán nutridos con migajas democráticas.
De la política al partido
No intento de ningún modo victimizar al colectivo de la diversidad, ser víctima es para quien se sabe derrotado. Y nosotros seguimos luchando. Desde todos los frentes que nos son posibles y con sus realidades o defectos. “Yo hablo por mi diferencia” diría el poeta Pedro Lemebel.
Resulta indispensable, para lectores mal pensados, diferenciar entonces entre posición política y militancia o partidismo. Y bajo esa pausa, hablar sobre el avance de los derechos de diversidad sexual. En algunos países de América Latina los movimientos LGBTTTIQ+ han convocado a las izquierdas, a los socialdemócratas, republicanos y a los sectores liberales, los cuales han sido vehículos para las demandas de nuestra población.
Y por esta vía, hemos logrado acuerdos políticos y jurídicos necesarios para avanzar con las condiciones a una democracia incluyente. Temas tan polémicos para quienes se consideran de derecha como el matrimonio igualitario, la adopción homoparental, la cuota laboral trans, el derecho al sufragio de las poblaciones no binarias y la reasignación de género han avanzado sólo gracias a esos acercamientos con todos los bandos. Negados por la izquierda que nos consideró antirevolucionarios y excluidos por la derecha a la que sólo le interesa el libre mercado.
Sin embargo, todas las luchas que resultan unipoblacionales son problemáticas debido a su tendencia a construir nuevas burguesias. Y si bien es cierto que las denominadas “izquierdas revolucionarias” no han sido favorables para las causas de la diversidad sexual (Nicaragua, Cuba y Venezuela); tampoco lo han sido los desarrollos de “ultra derecha” (Italia, Alemania, Chile o Argentina). La tibieza política ha sido, cuestionablemente, una aliada de la lucha por los derechos LGBTTTIQ+.
Pero si, como colectivo, dejamos de vernos las narices apreciaremos otras luchas relevantes que nos transversalizan, y que desde mi perspectiva, sólo aparecen en los gobiernos de izquierda. La lucha por la autonomía de los pueblos, la crítica al Estado Capital y la soberanía alimentaria son algunas de las herencias más relevantes de la lucha de la izquierda revolucionaria. Luchas que, evidentemente (o quizás no tan evidentemente como quisiéramos), no segregó a la diversidad sexual. Y en el caso mexicano son quizás un poco más evidentes.
Mientras en otras naciones celebran las nuevas identidades de personas transexuales y transformistas. En México, gracias a la lucha campesina e indígena, celebramos las nuevas adhesiones al diccionario del género y preservamos (con muchas carencias) las identidades no binarias ancestrales, como les Muxes en Oaxaca o les Chuntá en Chiapas.
En México, la lucha campesina en contra de los transgénicos que lleva ya más de 20 años, logró la expulsión del país al uso indiscriminado del agrotóxico denominado Glifosato que tenía a las infancias de Jalisco orinando el químico y con enfermedades crónico-degenerativas en su sangre; en el otro polo del país, la cabalgata por el agua de Saltillo logró sanear la única cuenca de la zona semidesertica. Y resulta, inocente (por decir lo menos), creer que en esas escuelas o en esos campos, no habita la diversidad sexual. Lo que estoy tratando de decir, es que quizás es tiempo de compartir causas. De buscar el bien común de los pueblos sin importar si son personas afro, si son homosexuales, campesinos u maquileras de Chihuahua, todos somos pueblo. Y el bien común es una lucha de izquierda, que la derecha no comprende.