julio 27, 2024

El peor lugar del planeta y un brutal coloso

El estado de Arkansas, es particularmente uno de los peores sitios que conozco. No sólo por la ridícula cantidad de tiendas Walmart y su avidez para ocupar/controlar todo lo que se construye en aquel Republicano territorio sino por la facilidad con la que uno pierde la noción de la realidad estando ahí, donde literalmente todo lo que te mata es más barato (Armas, cigarros, alcohol y me faltó corroborar otras drogas).

Ricardo Balderas

El estado de Arkansas, es particularmente uno de los peores sitios que conozco. No sólo por la ridícula cantidad de tiendas Walmart y su avidez para ocupar/controlar todo lo que se construye en aquel Republicano territorio sino por la facilidad con la que uno pierde la noción de la realidad estando ahí, donde literalmente todo lo que te mata es más barato (Armas, cigarros, alcohol y me faltó corroborar otras drogas). 

Fue como haber tragado un puñado de pastillas Valium durante mi corta estadía de tres días. Y quizás esa hubiera sido mejor opción.

Comenzando porque durante mi vuelo, una caucásica gritona aseguraba que yo me cargaba con pinta de trabajar de cantinero, y como yo no soy nadie para andar de destructor de fetiches, jamás la desmentí. Incluso alenté su atiborrada dislexia e intoxicada alucinación geográfica, a continuar con sus imaginarios de los mexicanos que abordamos un avión rumbo a Nowhere Land. Lugar donde la tierra aparentemente sí es plana y sólo la habitan 16 tristes muy tristes inquilinos.

Luego de escuchar cuatro veces la frase “I’m not racist, but…” comencé a sospechar que la mujer necesitaba un cómplice, y definitivamente un abrazo. Por fin aterricé. Llegamos a la capital, Little Rock tierra de los Clinton (Eso dice en el aeropuerto, se los juro), donde aparentemente sólo ellos viven ahí. Porque durante el día, sólo pude ver perros en la calle y los baristas en los Starbucks.  

Por la mañana fui a un pequeño puesto de tacos —El único en toda la ciudad—, los cuales por cierto, parecían haber sido digeridos por el mismísimo Cancerbero antes de ser servidos en una linda canasta de poliuretano naranja, y sobre una hoja de papel Manila. 

Aquel manjar azteca a penas al pasar por mi faringe ya había molestado al dios de la muerte Mictlantecuhtli quien al parecer también andaba de vacaciones, pero en mis intestinos. Y para no hacer el cuento muy largo, tuve la “Venganza de Moctezuma” a la inversa. 

Pasado aquel disgusto gástrico me dispuse (junto a mi acompañante) a movernos de ciudad, Bentonville, la cual por lo menos tenía un museo que prometía, y bastante. Llegamos al Crystal Bridges Museum of American art. Como era de esperarse aquel majestuoso espacio también era obra de Walmart. Alice Walton, la hija del fundador de la transnacional en cuestión, Sam Walton, encabezó la participación de la Walton Family Foundation para el desarrollo de Crystal Bridges. Los Slim de Arkansas pues.

Y así, como debió verse el centro de Leningrado durante los mejores años de la Rusia comunista, el arquitecto Moshe Safdie había logrado una armonía geométrica insuperable, un brutal edificio en medio del bosque ocre que reparaba los paisajes gélidos del invierno nacionalista. 

El interior era menos apabullante, los pasillos atiborrados de un montón de salas con artistas norteamericanos que habían pintado por ejemplo: Vacas y caballos de la época abolicionista, firmas de tratados de liberación inglesa y otro montón de ridiculeces que sólo a los republicanos “de sepa” les importan. 

Luego de andar sobre los andadores de la supremacía blanca y la estructura de la arquitectura brutalista de Safdie por casi 20 minutos, se te aparece con un usoniano perfecto, la Bachman-Wilson House. Nada en ese lugar tiene sentido, el edificio está mejor curado que las salas y, el viento helado de diciembre no deja a los de sangre tropical con finta de cantineros, disfrutar de la discordante vista arquitectónica.

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